sábado, 14 de noviembre de 2009

Voltaire ya enunció que la superstición es a la religión lo que la astrología a la astronomía: la hija idiota o enojada de una madre sabia. Advertía también que estas dos hijas proliferan en tiempos de confusión igual que en tiempos de carencia proliferan los falsificadores de billetes.

Las supersticiones son universales y como decía Voltaire una alternativa sin mandamases a la religión e incluso a la ciencia. Sus frutos son de dos sabores; uno de verosímil, mas sin poder ser corroborado por el método hipotético deductivo: las pseudociencias y otro, más insustancial, cómo el contado dentro la creencia popular, ésos generadores de desgracia, cautivadores de la suerte, augures del futuro…

Es curioso lo que nos muestra el informe que llevó a cabo el Centro de Estudios de la Realidad Social de la Universidad Abat Oliva. En ello, se apreciaba la secularización para terminar cayendo en otro dogma, la superstición. Lo más pasmoso: el sujeto eran los universitarios, mentes pensantes capaces de relacionar una causa con un efecto racionalmente. Estos seguidores de la hija alocada creen en ella encontrar el orden, vencer el descontrol con amuletos, rezos, conjuros ...Con este fin, no es insólito que la superstición haya llegado a nuestros días como una pseudoreligión, arraigada en un pueblo, que en su faceta más ingenua, junto a elementos mágicos, lo ha convertido en cultura popular, cómo en la literatura popular donde la mezcla de devoción y superstición se hallaba en el tema hagiográfico, vidas de santos, los milagros… Cabe resaltar que la religión también surge de simples supersticiones.

En cierta medida, la superstición es antídoto contra la inseguridad y creencia digna de conocimiento, aunque en abundancia, perjudicial para la ciencia y la sociedad; una añeja religión del secular.

1 comentario:

Teresa dijo...

Anna:
Buen trabajo, muy bien documentado y bien cuidado en la forma. El final parece algo precipitado, le falta una recapitulación de tu postura.