jueves, 9 de diciembre de 2010

NAVIDAD SE ESCRIBE CON C


En 1931 el pintor Habdar Slundblon recibió un encargo para Coca-Cola: dar humanidad y credibilidad a San Nicolás. La leyenda urbana data de entonces su característica vestimenta roja y blanca, que si bien estos colores ya se le relacionaban anteriormente por los hábitos religiosos del santo, la campaña comercial navideña de Coca-Cola popularizó una imagen transformada de él. Podemos señalar representativamente entonces la pérdida del espíritu judeocristiano que celebra el nacimiento de su profeta rodeado de su familia y seres queridos. Es entonces cuando la idea de despertarse con todo el comedor lleno de regalos que previamente sus padres habrán comprado (sí, los padres son papa Noel y los reyes, siento decirlo para los que no lo sepan). Santa Claus, ese bobalicón y rechoncho personaje es el catalizador de la consolidación del capitalismo con su máximo ideal: el consumismo.


La realidad no es otra que un desmesurado consumo a tres destacados subgrupos: el familiar, el estatal y ecológico.


El consumo familiar se constituye por las infinitas y sempiternas comidas familiares y las montañas de regales embalados con lazos y colores de neón. En comida se gasta un 30% más que la media mensual del resto del año, predominando los turrones, carnes ovinas y caprinas, el marisco, el pavo y las conservas y en bebida los cavas, sidras y vinos de denominación de origen. Estudios del ministerios de comercio, industria y turismo realizó encuestas cuyos resultados son curiosos ya que preferimos hacer la compra en varios días entre semana, la mitad compra productos frescos y los congela para Navidad y la manca de un incremento en los precios de los supermercados hacen que estos sean los preferidos para los consumidores. Se prepara un gran banquete, o más de uno contando Nochevieja, Navidad, San Esteban, Fin de Año y Reyes. Un total escalofriante si visualizamos la gran cantidad de dinero gastado en demostrar las cualidades culinarias de cada casa y la economía familiar, que ya no solo es un gasto económico sino un estrés para cada uno de los familiares que se ven forzados a sentir una explosión de emotividad y simpatía con parientes y conocidos durante esta época. También se debe remarcar la cada vez más creciente tendencia a comer fuera que según las encuestas es más popular en los jóvenes.


Es conveniente relacionar el consumo a nivel estatal o de los ayuntamientos con el ecológico. ¿Por qué? Simple. Quienes aprueban unas leyes de mercado y comercio son los políticos. Y estas leyes pueden estar estrechamente relacionadas con el medio ambiente. Un grupo ecologista, Ecologistas en Acción, presento una queja a la comunidad autónoma de Murcia para que esta cambiara algunos detalles del alumbrado navideño por un claro motivo, el gran derroche energético que supone este. En esa queja también se propusieron las dichas reformas para minimizar y disminuir las siempre mencionadas enormes emisiones de CO2 que se expulsan en las centrales energéticas (la mayoría de estas son no renovables y contaminantes), como son la reducción del período en que se encienden las luces a solo 15 días, encenderlas solo 4 horas al día o usar tecnología LED. Como es de esperar los políticos de Múrcia como en la gran mayoría de sitios ignoro las propuestas y quejas, la primera semana de Diciembre ya estaban allí las brillantes y multicoloridas luces de Navidad, así haciendo un uso energético poco razonable (que no afectaría demasiado a los comercios) y un gasto más de los bolsillos de todos los españoles.


¿Es posible justificar este derroche, más aún en tiempos de crisis? Parece que sí. Pues la Navidad escrita con C significa comprar, y es la Navidad el momento en que se olvidan hipotecas, deudas o bancarrotas para ¿estar felices y comer anises con la familia? No, ¡para comprar! Es la excepción que confirma la norma. Somos esas hormiguitas esclavas del sistema y de los sueldos, que se pasan la gris semana esperando que llegue Navidad y luego el verano. Es entonces cuando aparecen la desmesura, los excesos, los ataques al corazón, los quilos de más, los niños consentidos que digievolucionan en pequeños monstruos devoradores. No soy una persona religiosa ni con muchas fes, pero si lo fuera me sería difícil imaginar el nacimiento del mesías rodeado de regalos del Toysarus, con latas de caviar y paté francés, María vistiendo un abrigo de piel del Corte Inglés y José abriendo un champán de la cosecha del 61. Y esa frase del mismo Jesús que dice: “Y otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el Reino de los Cielos”.


Este lavado de cerebro no ha estado maquinado ni más ni menos por el capital usando su mejor guerrero combativo: la publicidad. A mediados de Noviembre se deberían apagar todas las televisiones para aislarnos de esos pegadizos eslóganes e increíbles inventos, y aún así por las calles veríamos los catálogos de ofertas y juguetes. Esta arma tan, inteligente y efectiva de la que no se puede escapar empieza con los más influenciables de toda la cadena: los niños y niñas. Y el mecanismo se activa, de tal manera que estos fuerzan a sus padres mediante ruegos, y como ahora el amor se entiende como algo cuantificable, como más amor, hay más juguetes. Y tristemente, hacemos un inmenso gasto en algo que luego no nos beneficia en nada, estos regalos no son de artesanía local, con muchos embalajes, sexistas, bélicos, no adecuados a las edades ni biodegradables. Es una vergüenza. No solo hemos perdido lo que significa Navidad en lo más interior de nuestros seres, unos días para poder abrazarte con esa madre que amas durante el año y Navidad, regalar unos momentos con el padre que te apoya, y con los familiares que te han visto crecer, sino que incluso los propios padres y abuelos lo han olvidado, que han sabido bien lo que era la miseria y la pobreza de una posguerra, el ser feliz con tu única e inigualable muñeca echa por ti misma, el jugar con los vecinos en la calle al escondite en vez de cerrados en casa con el Pro o FIFA. Se nos está inhibiendo la creatividad y la tradición, el poder jugar sin juguetes.


Yo no puedo dar lecciones ni en ser responsable ni en no consumir ni en hacer sintaxis, porque desde pequeña he oído como mis padres y abuelos recordando me contaban sus pobres y queridos juegos, y aún así se me han comprado más de 20 Barbies, 3 guitarras (ya ni recuerdo como se tocaba), un potente telescopio (que aún descansa en su caja intacto), etc. Luego se me critica mi consumismo superfluo con la ropa. Mea Culpa? No, ni de mis parientes que intentan suplir sus pobres (pero auténticas) Navidades. Todos somos marionetas de este sistema político-económico, del capital. De la Coca-Cola.

1 comentario:

Teresa dijo...

Laia:
Has hecho un texto tan largo que debería estar muy bien cohesionado para que no perdiéramos el hilo del argumento. El caso es que en varios momentos se pierde el hilo y la aportación de datos quízá sea desmesurada.
Te destaco alguna expresión que es incorrecta o poco natural:" La realidad no es otra que un desmesurado consumo a tres destacados subgrupos: el familiar, el estatal y ecológico. ", "El consumo familiar se constituye por las infinitas y sempiternas comidas familiares y las montañas de regales embalados con lazos y colores de neón.", " preferimos hacer la compra en varios días entre semana, la mitad compra productos frescos y los congela para Navidad y la manca de un incremento en los precios de los supermercados hacen que estos sean los preferidos para los consumidores"," el mecanismo se activa, de tal manera que estos fuerzan a sus padres mediante ruegos, y como ahora el amor se entiende como algo cuantificable, como más amor, hay más juguetes. Y tristemente, hacemos un inmenso gasto en algo que luego no nos beneficia en nada, estos regalos no son de artesanía local, con muchos embalajes, sexistas, bélicos, no adecuados a las edades ni biodegradables",