sábado, 14 de noviembre de 2009

Suele ser habitual en una cultura que exista la creencia de que hay elementos cotidianos que deciden la fortuna que va a tener una persona: La creencia de que siete años de mala suerte esperan a quien rompa un espejo, por ejemplo; no posee, por si misma, ningún argumento racional que la sustente y, aún así, estoy convencido de que más de un científico, paradigma del positivismo, se guardaría de romper uno. MI pregunta es: ¿Por qué?. ¿Por qué somos esclavos de creencias que sabemos que carecen de argumentos racionales? La respuesta no es hallable mediante el uso de las ciencias, sino mediante el raciocinio que conlleva hacer un exhaustivo análisis de las culturas en que se han educado las personas. Solo así se puede llegar a entender esos comportamientos. En una sociedad tan individualista como la nuestra, se infravalora la influencia que ejercen sobre nosotros los valores en que nos educaron. Me refiero con eso a, gente que, en su gran mayoría, fueron educados con estrictas reglas morales católicas, donde el futuro está sujeto a la voluntad de Dios, pero han abandonado dichas creencias y no han trasmitido esa moral a sus hijos. Esta es la generación de los que creen sin creer, de quienes ven contrapuesta la tradición, formada por hechos sobrenaturales, con la ciencia, que busca una explicación racional para cada cosa. Veamos un ejemplo que tomo prestado pero modificado del libro de Karchcard y Klein: Si una persona dice que se le ha aparecido la Virgen del Rocío, descendiendo del cielo con un rayo de luz, y que le ha contado que en el cielo hay jacuzzis de agua caliente; Qué es más probable: Que la Virgen del Rocío haya desafiado todas las leyes de Newton descendiendo y luego volviendo al cielo y que ahí se hayan desarrollado técnicas constructivas que garanticen el bienestar de sus habitantes, o que la persona que lo cuenta esté como un cencerro? Haciendo un uso racional de los conocimientos, no sería desacertado apuntar a la opción B, pero no todo es tan sencillo como parece. Pues hay quien, por educación, tradición o ignorancia creen en los milagros. Este ejemplo sería extrapolable a quienes creen en la magia, ya sea con cartas, a partir de la quiromancia, o mediante el uso de varitas mágicas capaces de convertir agua en vino. Si estas personas se empeñan en la certeza de dichas artes porque a ellos les ha funcionado, quién les puede negar que eso sea cierto? La verdad es algo que no pertenece a nadie, y no hay ignorante mayor que quien se cree poseedor absoluto de esa. Así, aunque desde una visión empírica de las cosas es innegable la falsedad de dichas creencias, ¿acaso no hay otras cosas irracionales en el mundo que aún así nadie cuestiona?
En conclusión, el avance científico conlleva un proceso de lógico abandono de las creencias irracionales, pero pienso que si hay gente a quien dichas creencias hacen que encuentren un sentido de la existencia, ¿quiénes son el resto de los mortales para negarles su verdad?

1 comentario:

Teresa dijo...

¡Muy buen texto, Nil, y muy original tanto en el tratamiento como en el enfoque del tema; afinas en el análisis y justificas lo que parecería difícil justificar.
Otra vez ¡enhorabuena!.