lunes, 6 de diciembre de 2010

Consumo en Navidad

En cuestión de días las calles de todas las ciudades y pueblos van a llenarse de luces. Las puertas y entradas de los pisos estarán adornadas con todo tipo de complementos navideños y los escaparates de las tiendas más llenos que nunca, engalanados y con un montón de ofertas y novedades curiosas.
Es Navidad. Una época del año que con el paso del tiempo ha ido modificando la percepción que los ciudadanos tenían de ella. Hace unos años, era sinónimo de pureza, simpleza, imitación de la pobreza de Jesús. Ahora, cada español gastará la alarmante cifra de ochocientos treinta y tres euros de media según un estudio llevado a cabo por la FUCI. ¿Dónde hemos llegado? ¿En qué se ha convertido el espíritu navideño?

Es angustioso abrir la televisión en estas fechas. Miles y miles de anuncios bombardean diariamente, las veinticuatro horas del día, un sinfín de productos innecesarios e inútiles, pero presentados con tanta sutileza que parece incluso esencial la compra de alguno de ellos. La distribución de productos por los estantes no ha sido arbitraria, sino que ha sido llevada a cabo mediante estudios de comportamiento humano. Saben como persuadirnos, conocen nuestras debilidades. El sector de niños de entre tres y doce años es el más peligroso. Son mentes fáciles de convencer, y si a esto incluimos los vistosos anuncios con colores vivos y luces por todos los sitios tenemos la combinación perfecta para que escriban una media de treinta juguetes en sus cartas para los reyes magos.

Es saludable y civilizado compartir nuestra felicidad con los demás, incluso romper con la rutina del trabajo diario. Pero parece que nos hayamos olvidado del verdadero significado de la Navidad. La Navidad para los creyentes es tan solo una fiesta en la que se celebra la llegada del niño Jesús de la forma más pobre y humilde que se pueda imaginar. Sin embargo, casi como una bomba expansiva, la Navidad, y con ella el consumismo, se ha metido en nuestras casas.

Compras excesivas de alimentos, cenas familiares donde no cabe un plato más en la mesa, cantidad de botellas de alcohol encima, tala de abetos y extracción de muérdago y acebo de los bosques cercanos para realizar el Belén y llenar la casa de adornos sinónimos de “paz y felicidad”, miles de vatios de potencia para iluminar toda la casa y la ciudad con espantosas lucecillas sin tener en cuenta que suponen un gasto energético infernal a parte del exceso de energía empleada para su fabricación, montones de residuos provocados por los embalajes de los regalos, productos de menos de diez centímetros metidos dentro de cajas de más de treinta, contaminación acústica debida a la música de los escaparates que invaden las calles… el medio ambiente parece ser el único al que no le gusta la Navidad. Pero el problema no es la Navidad, sino el consumismo en estas fechas.

En mi opinión, estamos olvidando el verdadero significado de la Navidad. En teoría esta debería de ser la fecha del año en la cual se celebraran la paz, la humildad y la fraternidad. Y sin embargo, nadie se acuerda de la pobreza que hay en el mundo, de las guerras que siguen abiertas en muchos países (y muchas de ellas por la extracción de petróleo tan necesario para la elaboración de productos navideños) y de las malatías que están arrasando con muchas poblaciones. De repente, todos somos mucho más ricos y no tenemos problema alguno para iniciar unas compras compulsivas igual que al cabo de un mes, por la llamada “cuesta de enero”, debamos de restringir al máximo nuestras compras. ¿Es que nos estamos volviendo locos? ¿A caso hace cien años no se celebraba la Navidad? El consumo no debe de ser sinónimo de felicidad y sin embargo parece que actualmente tan solo es digno de celebrar la Navidad el más rico, y en el caso de no serlo, lo intenta parecer aunque solo sea durante un mes.

Es evidente que no podré cambiar el mundo, y reconozco que muchas veces yo también me veo arrastrada por esta época de consumismo excesivo, pero invito a todas las personas del mundo ha tomarse un respiro, salir a la calle, y observar todo lo descrito hasta ahora. Después, ir a algún lugar tranquilo y hacer una reflexión sobre todo lo observado (gente estresada con las últimas compras navideñas, el extraño suceso de que todos queramos comer langosta el mismo día, los padres mileuristas que sienten remordimientos por no poder comprar el “Increíble Hulk” a su hijo…) y valorar si de verdad deseamos seguir por este camino de consumo o si seria mejor replantearnos las Navidades y celebrarlas de la forma más humilde como hacían cien años atrás. Yo opto por la segunda opción: la Navidad debe de poder ser celebrada por cualquiera y, es más, debería de ser festejada con mayor ilusión por el pobre que por el rico.
Lídia Puyals

1 comentario:

Teresa dijo...

¡Glups, perdona Lidia, se había colado en las entradas antiguas!
La argumentación está muy bien elaborada y no tengo nada que decir de la estructura, las construcciones sintácticas muy correctas y naturales (nada forzadas como alguna vez las construyes)
Sólo te he encontrado tres errores y te los comento: Debes sustituir "malaltias" por "enfermedades" y "que están arrasando A muchos..." y "invito A tomarse un respiro..."