lunes, 18 de abril de 2011

ALARMA NUCLEAR EN JAPÓN


Hace ya cosa de un mes, por todos los medios de comunicación saltó la alarma de un terrible terremoto de magnitud 7’4 (en escala de Richter) en la isla de Japón que provocó un devastador tsunami que arrasó poblaciones enteras con casas, personas, fábricas, campos, etc. La fuerza de esta ola gigante además bloqueo los sistemas de refrigeración de las centrales nucleares de este país desarrollado y puntero en economía mundial. Estas centrales que hoy en día son tan seguras pero que pueden ser desastrosas por el planeta en cualquier incidente, empezaron a calentarse debido a la falta de refrigeración. La situación fue tan crítica en la central de Fukushima que en la mayoría de los cuatro reactores tuvieron que emitir gran parte del vapor radioactivo del interior, e incluso hace unas semanas tomaron la triste decisión de liberar al Océano Pacífico toneladas de agua altamente radioactiva por tal de que no explotara el reactor.

Ahora por el telenoticias ya no se habla tanto de la catástrofe que ha sido este accidente nuclear, pero se debería. Y mucho. Hace solo una semana la Agencia de la Energía Nuclear calificó como un siete este accidente de una escala del uno al siete, el grado más alto juntamente con Chernóbil. Y todas esas partículas radioactivas del aire, del mar y de los seres vivos que las han depositado en sus tejidos (algo que es nocivo y que se va traspasando en las cadenas tróficas), continuaran años y años inalterables, afectando a nuestro planeta y afectándonos a nosotros, como ejecutores de esta alarma. De hecho, no somos capaces de imaginarnos el rápido alcance de estas partículas radioactivas como el iodo, el plutonio y otros, pues al cabo de tres semanas de emisiones de los vapores en Fukushima, llegaban preocupantes concentraciones de estos en Barcelona. Pero aún nos cuesta más visualizar como estos productos cultivados o pescados en Japón (me refiero a vegetales y al atún) llegan en nuestros mercados, que aunque se hayan bloqueado su comercialización durante un tiempo, podemos contar que en 5 años ya estarán en nuestros escaparates, aún contaminados.

¿Y las personas? A nosotros también nos afecta la radioactividad, en dos tongadas dependiendo de la cercanía al centro de emisiones: como energía liberada y como partículas radioactivas ya citadas. Después de lo sucedido en Chernóbil, la tasa de cánceres infantiles aumentó notablemente y esos trabajadores de la central y equipos de emergencia padecieron tal toxicidad que la mayoría murieron en meses. Y no solo afecta en la salud de los japoneses y a largo plazo al resto del mundo, sino en esos agricultores o pescadores que no pueden vender sus productos y que deberán replantearse abandonar sus tierras y profesiones, al igual que esas familias que han sido evacuadas de sus casas que durante años no volverán a ver (quizás ya nunca, como en Pristivia, la ciudad fantasma de Chernóbil) debido a la atmosfera toxica y radioactiva. ¿De qué vivirán? ¿Dónde irán?

Estamos en un clima de facciones opuestas en la política y en la economía, cada vez estas facciones se van volviendo en polos opuestos extremos que no dejan lugar ni a las alternativas ni a la creatividad ni a la humanidad (como cualidad humana, la empatía). Se debatirá ferozmente “nucleares SI, nucleares NO”, mientras que países que quieren mejorar desesperadamente como Hungría, República Checa están duplicando el número de nucleares con pleno suporte popular y alargando sus controles de seguridad, como medidas de superación de su pobreza y dependencia energética de peces gordos cómo Francia, EEUU o los países que tienen petróleo manchado de sangre de inocentes. Vivimos un tiempo en que tener miedo y desconfianza hacia los otros es de lo más normal. Si no volamos por los aires, ya que hemos preferido “jugar con fuego sabiendo que nos podemos quemar”, que no buscar alternativas para cuidar a nuestro hábitat y a nuestra preciosa especie. Es triste, pero aún lo es más ver que desde nuestras casas, tecleando delante del ordenador, poco podernos hacer para cambiar este proceso tan alienado. No obstante, si no lo hacemos nosotros, ¿Quién se supone que lo hará, Superman?

No sé cómo concluir este texto, porque día a día ves como ni tiene final, ni tú sabes realmente quien maquina estos engranajes. Así que ya que se acerca Sant Jordi, me regalaré un libro de Hessel, “¡Indignáos!”.

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