viernes, 14 de noviembre de 2008

De tanto que te quiero te "aboñego"

Convivir con un animal es una práctica muy común en nuestros tiempos. Antiguamente, se convivía solamente con aquellos animales que eran productivos para los humanos, ya fueran el ganado o aquellos utilizados para las tareas del campo. Cerdos, burros, gallinas o perros de rebaño eran algunos de los animales que se encontraban en las casas. O incluso si se criaba gatos, era por que se comían los ratones.

Pero actualmente no. Hoy en día se tienen los animales como un capricho de niño malcriado. Se tienen para hacer compañía, pues claro, bien conocida es la interesante conversación de un perro pequinés. Además, las fantásticas mascotas “te ayudan cuando te encuentras deprimido”, en su más que normal papel de psicoanalistas, y te divierten al jugar con ellos, como la play station vamos.

Y entonces, ¿por qué se maltrata de tales formas a estos animales que nos proporcionan tan grandes beneficios? ¿Será que es natural castrar a un perro, para que no le sea tan duro vivir encerrado en un piso de treinta metros cuadrados en época de celo? ¿Aceptaremos arrancarle las garras a un gato, sus defensas naturales, para que no nos raye el parqué? ¿Es posible que un pez tenga que vivir en un pequeño mar de cristal de dos decímetros cúbicos de volumen? ¿Permitiremos que un animal tenga acceso a toda la comida que quiera sin hacer un mínimo de ejercicio? ¿O que no pueda hacer sus necesidades más que las dos veces al día que lo sacamos a pasear?

Y aún así, el propietario de una de estas mascotas cree realmente ser su benefactor. ¡Que contradicción! ¡Un benefactor dispuesto a dejarte a mutilarte! Quizás habría que replantearse el papel que se hace respecto al animal. Por una parte de carcelero, por mantenerlo encerrado, pero también de señor feudal, por mantenerlo sometido a la propia voluntad a cambio de un trato en el que el animal siempre pierde. ¿O a caso cree alguien que su perro le hace mimitos porque le quiere mucho? No, señor. El perro lo hace porque espera recibir la comida de la que depende su subsistencia.

Por si todo esto fuera poco, nos extrañamos cuando los animales no quieren someterse al guión que nosotros les hemos escrito. Cuando un gato salta por el balcón o un perro ataca a su amo, lo atribuímos, como si de un humano se tratara, a un trastorno, como una síndrome del gato volador o un ataque de la rabia, en lugar de admitir que, quizás, nuestra mascota quiere huir de este mundo “perfecto” que para ella hemos creado, y encontrase luchando por sobrevivir en el mundo que realmente le es propio.

1 comentario:

Teresa dijo...

Sí, la provocación en la forma de enunciar el tema pretendía llamar la atención de algunos "defensores de animales" que, con toda la buena intención (eso no lo dudo), ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Creo que defiendes muy bien tu postura y sólo en las últimas líneas la argumentación queda confusa, debe de haber algún error en la oración.