jueves, 17 de enero de 2008

La gran barbacoa

Sobre la siete de la mañana me desperté a causa del tremendo alboroto que creaba mi despertador, el cual daba comienzo a un nuevo, aun que igual de rutinario que todos los demás días de colegio en el centro de educación primaria de la Pobla de Segur.
Después de haberme vestido y aseado, me dirigí al comedor donde seguro que la Sra. Gírgola, una mujer de pocas palabras pero muy trabajadora, ya estaría preparando nuestro desayuno.
Una vez sentados en la mesa, sin haber intercambiado antes ninguna palabra, como era de costumbre, me dijo, bueno, intuí que me decía, si quería tostadas, yo, aunque no entendí nada de lo que me dijo, le hice que no con la cabeza.
Una vez acabé de desayunar me dirigí a mi puesto de trabajo, los jardines de la escuela. Cuando terminé algunos de mis quehaceres en el exterior, hacia las nueve de la mañana, fui a ver al señor Mocosa, el director del centro.
Cuando entre en su despacho, éste, empezó a escupir una retahíla de motes impronunciables, que parecían proceder de algún tipo de lengua infernal. Finalmente me señaló la puerta, fue la única cosa que entendí.
Cuando era la hora de servir la comida, me dispuse a ayudar a la Sra. Gírgola pero al llegar al comedor me di cuenta de que todo el mundo había desaparecido, ni rastro de ningún niño, de ningún profesor, y lo que más me asustó, la señora Gírgola, que nunca osaría llegar tarde a cualquiera de sus faenas en el centro, tampoco estaba allí.
De pronto oí un ruido que salía de los altavoces instalados en todas las salas del edificio. Era una voz rota, desagradable, la cual volvía a pronunciar el mismo tipo de palabras que, anteriormente, había “pronunciado” el señor director. Estas fueron interrumpidas cuando se apagaron las luces.
Yo, indiferente, me puse rumbo a la sala de contadores.
Por el camino empecé a sentir que el ambiente allí estaba muy cargado, pude distinguir un fuerte y desagradable olor a plástico quemado.
Cuando pasaba por delante de la biblioteca me detuve, el olor era tan fuerte que me impedía seguir. En ese mismo instante una gran explosión inundó el pasillo de llamas, entonces, el fuerte olor a plástico fue substituido un olor carrasposo a azufre.
- Sólo nos faltaba esto, para que el colegio pareciera el puro infierno- pensé.
Aguanté un par de minutos retenido por el fuego mientras el miedo se iba apoderando de mi conocimiento. Me desmayé.
Un par de días después me desperté en la clínica del pueblo, donde volví a ver al director. Este, me alargó el audífono, causante de haber estado a las puertas de la muerte dos días antes ya que al habérmelo olvidado, no había entendido cuando el director me ordenó que llamara a los bomberos ya que habían detectado una fuga de gas en el laboratorio de química el cual estaba dotado de muchas bombonas de butano y donde también guardaba azufre entre otros productos químicos.





Josep Mª Martínez Casanovas

1 comentario:

Teresa dijo...

Josep Mª:
Me gusta mucho tu redacción,encuentro divertidos los nombres que les das y en general consigues hacer sonreir con las expresiones que empleas (no se ven forzadas)
Me gusta que entre tanta desgracia y misterio se te haya ocurrido hacer una redacción cómica.